viernes, 25 de abril de 2008

Estatuas

Categoría: Literatura


Pensé muchas veces que luego de todos mis tropiezos y peregrinaciones en esa maldita noche tendría libre, por derecho o al menos por piedad, las siguientes horas hasta que el alba salvador me extienda una mano amiga.
Pero, luego de ver la plaza del resplandor azul continúe mi camino hacia lo que esperaba fuera un camino seguro y fiel.

La Calle de E. seguía recta como una regla alejándose de la plaza pero incluso desde el medio de la calle podía ver perfectamente la llama azul que amenazadoramente lamía el aire de este pueblo insano y salvaje que no terminaba de engullirme en sus entrañas y simplemente se limitaba a saborearme.

Sin atreverme siquiera a pensar en encender mi linterna de mano, empecé una caminata de ciego y extendí los brazos cual momia. Quise extender mis sentídos para hacer una mejor marcha, pero no sabía a ciencia cierta que debía de hacer para oir mejor o para concentarme siquiera.
Podía oler todo perfectamente, sobre todo porque la cuidad estaba sumisa a un olor a pescado totalmente nauseabundo.

Cuando sentí que el olor se hacía mas fuerte, la carótida quería estallarme y sentía en mi pecho varios tambores vikingos. Sin poder siquiera a donde me llevaban los caminos, tropecé con algo blando y mojado que al golpearse con el suelo (luego que lo pateara) hizo un sonido pegajoso. Giré mi rostro para ver si no había alertado a nadie y noté que la llama azul ardía a lo lejos como la punta de un alfiler. Saqué mi linterna e ilumine el suelo para ver que había pateado en mi momento de frustración y desesperación y fue cuando la ciudad se me vino encima.
Entre un charco de lo que parecia una brillante tinta negra, había una extremidad y en un estado muy avanzado de descomposición. No lo reconocí como humano sobre todo por el color blanco transparente de la carne y el color de la sangre. Pero cuando mi mano paseó por la escena algo me movio el suelo.
En el final de la extremidad roida, había un zapato.

Me aparté rápidamente hacia una calleja, apagué la linterna y me acurrqué en una esquina esperando que algún toque mágico o en un parpadeo rodara muerto sin saber la causa y sin siquiera sentirlo.
Pero no fue asi, la luz de mi linterna (y mi grito de asombro) había alertado a mis horribles cazadores quienes rapidamente rodearon la pierna y empezaron a moverse dando saltos y caminando como primates.
Me aferré a mis muslos y apreté mis dientes esperando que se fueran aquellas aberraciones, pero noté como una figura empezaba a salir de la sombra y avanzaba hacia el callejón donde estaba.
A pocos metros de mi, había sacado mi navaja esperando como un ratón acorralado el momento para saltar.

La aberración parecia vacilar, pero no notaba hacia donde dirigia sus brillosos ojos o hacia donde se iba su respiración. Estaba preparado para agazaparme como una oruga si es que aquella mezquindad no se acercaba más, pero en algún momento las nubes abrieron paso a la luna y pude ver sus grotescas formas.

Cuando desperté, el alba asomaba por el lejano horizonte y no había nadie a mi alrededor